lunes, 31 de octubre de 2016

El Hombre del Hacha de Nueva Orleans


El Hachero 


En mayo de 1918, la ciudad de Nueva Orléans y las comunidades a su alrededor fueron sede de un asesinato que daría inicio a una racha de crímenes cometidos por un asesino que hasta la fecha, es considerado por muchos como una entidad supernatural venida del infierno.

Joseph Maggio y su esposa Catherine, fueron las primeras víctimas del asesino del hacha. La noche del 22 de mayo de 1918, la pareja dormía en su hogar localizado en la esquina de las calles Upperline y Magnolia, donde tenían un bar y una tienda de abarrotes.
La pareja fue asesinada de forma por demás sádica: sus gargantas fueron cortadas con una navaja y sus cráneos golpeados por un hacha; mientras que la policía solo encontró las ropas sangrientas y sucias del asesino.

El cuchillo de afeitar usado por el asesino para cortar las gargantas, fue hallado días después en una propiedad vecina. Andrew Maggio, hermano de Joseph; reportó haber escuchado "gruñidos extraños" en la casa unos momentos antes de descubrir los cadáveres.

En el lapso entre 1918 y 1919, hubo doce víctimas contando a los Maggio; todos ellos asesinados con un hacha, que por lo regular pertenecía a las propias víctimas. El modus operandi del asesino consistía en entrar por la puerta trasera, ejecutar ataques contra uno o más residentes del hogar usando un hacha o una cuchilla afilada, y el hallazgo de ropas ensangrentadas usadas por el asesino.

La mayor parte de sus víctimas eran de ascendencia italoamericana, lo que llevó a la policía a creer que los homicidios eran crímenes de odio, mientras que investigadores de todo el país formularon teorías que iban desde crímenes pasionales hasta que habían sido ejecutados por alguien sádico que buscaba víctimas femeninas. Los criminólogos Collin y Damon Wilson manejaron la hipótesis de que el asesino atacaba a los hombres solo cuando representaban cierto obstáculo contra sus objetivos femeninos.
Otra teoría menos probable era que el asesino asesinaba a sus víctimas para promover el jazz, ya que en una famosa carta dedicada a la gente de Nueva Orléans dijo que perdonaría las vidas de aquellos que tocaran jazz en sus casas.
El asesino del hacha jamás fue capturado, y su ola de crímenes se detuvo misteriosamente. Nunca se supo su identidad y la identidad del criminal permanece desconocida hasta este día, aunque se han manejado varias teorías sobre quien pudo haber sido.
El 13 de marzo de 1919, una carta supuestamente hecha por el asesino, fue publicada en los diarios de la ciudad diciendo que mataría cada quince minutos a partir de la media noche del 19 de marzo; pero que perdonaría a todas las personas que se encontraran en un lugar donde se escuchara tocar a una banda de jazz. Esa noche, todos los salones de baile de Nueva Orléans se llenaron al tope y cientos de músicos de jazz tocaron en fiestas privadas en toda la ciudad. No hubo asesinatos esa noche.

La carta del asesino:
Infierno, Marzo 13, 1919.
Estimado Mortal:
Nunca me han atrapado y nunca lo harán. Nunca me han visto, pues soy invisible; tanto como el éter que rodea tu tierra. No soy un humano, soy un espíritu y un demonio del infierno más caliente. Soy lo que ustedes, Orleanenses y su estúpida policía llaman el Asesino del hacha.
Cuando sienta que es adecuado, vendré y reclamaré otras víctimas. Y solo yo sé quienes serán. No dejaré pista alguna además de mi hacha ensangrentada, manchada con la sangre y cerebros de quienes haya yo mandado al infierno para hacerme compañía.
 Si deseas, puedes decirle a la policía que sea cautelosa de no molestame. Por supuesto, soy un espíritu razonable. Y no me ofendo por el hecho de que hayan elaborado investigaciones en el pasado. De hecho, han sido tan increíblemente estúpidos que no solo me entretienen a mí; si no a su Satánica Majestad, Francis Josef, etc. Pero díganles que tengan cuidado.
 No los dejen descubrir qué soy, porque sería mejor que no hubiesen nacido si es que llegan a incurrir en la furia del Asesino del hacha. No creo que haya necesidad de soltar tal advertencia, pues estoy seguro que la policía siempre me va a evitar, como han hecho en el pasado. Son sabios y saben como mantenerse alejados de cualquier posible daño.
 Indudablemente, ustedes Orleanenses, creen que soy el asesino más horrible de todos; lo que de hecho soy, pero podría ser mucho peor si así lo deseara. Si lo deseara, podría visitarlos a todos y cada uno de ustedes cada noche. A voluntad, podría matar a miles de sus mejores ciudadanos; pues tengo una relación cercana con el Ángel de la Muerte.
Ahora, para ser exacto, a las 12:15 (tiempo de la tierra) de la noche del próximo Martes, voy a pasar de nuevo por Nueva Orléans. En mi infinita piedad, les haré una proposición. Y aquí está: soy fanático de la música jazz, y juro por todos los demonios de las regiones inferiores que cada persona será perdonada, siempre y cuando en sus hogares toque una bandda de jazz en dicho momento. Si todos tienen una banda de jazz tocando, bueno, digamos que será lo mejor para ustedes.
Algo es seguro, y eso es que aquellos de ustedes que no toquen jazz en la noche del Martes, sin duda recibirán un golpe de mi hacha.
Bueno, tengo frío y ansío el calor de mi nativo Tártaro; por lo que es tiempo de que deje su hogar terrenal y cese mis acciones. Esperando que publiquen esto, y que todo les salga bien; soy, he sido y seré el peor espíritu que jamás ha existido tanto en la realidad como el reino de la ficción.
-El Asesino del hacha.


jueves, 27 de octubre de 2016

La bestia en la cueva


H. P. Lovecraft [Cuento - Texto completo.] 


La horrible conclusión que se había ido abriendo camino en mi espíritu de manera gradual era ahora una terrible certeza. Estaba perdido por completo, perdido sin esperanza en el amplio y laberíntico recinto de la caverna de Mamut. Dirigiese a donde dirigiese mi esforzada vista, no podía encontrar ningún objeto que me sirviese de punto de referencia para alcanzar el camino de salida. No podía mi razón albergar la más ligera esperanza de volver jamás a contemplar la bendita luz del día, ni de pasear por los valles y las colinas agradables del hermoso mundo exterior. La esperanza se había desvanecido. A pesar de todo, educado como estaba por una vida entera de estudios filosóficos, obtuve una satisfacción no pequeña de mi conducta desapasionada; porque, aunque había leído con frecuencia sobre el salvaje frenesí en el que caían las víctimas de situaciones similares, no experimenté nada de esto, sino que permanecí tranquilo tan pronto como comprendí que estaba perdido.

Tampoco me hizo perder ni por un momento la compostura la idea de que era probable que hubiese vagado hasta más allá de los límites en los que se me buscaría. Si había de morir -reflexioné-, aquella caverna terrible pero majestuosa sería un sepulcro mejor que el que pudiera ofrecerme cualquier cementerio; había en esta concepción una dosis mayor de tranquilidad que de desesperación.
Mi destino final sería perecer de hambre, estaba seguro de ello. Sabía que algunos se habían vuelto locos en circunstancias como esta, pero no acabaría yo así. Yo solo era el causante de mi desgracia: me había separado del grupo de visitantes sin que el guía lo advirtiera; y, después de vagar durante una hora aproximadamente por las galerías prohibidas de la caverna, me encontré incapaz de volver atrás por los mismos vericuetos tortuosos que había seguido desde que abandoné a mis compañeros.
Mi antorcha comenzaba a expirar, pronto estaría envuelto en la negrura total y casi palpable de las entrañas de la tierra. Mientras me encontraba bajo la luz poco firme y evanescente, medité sobre las circunstancias exactas en las que se produciría mi próximo fin. Recordé los relatos que había escuchado sobre la colonia de tuberculosos que establecieron su residencia en estas grutas titánicas, por ver de encontrar la salud en el aire sano, al parecer, del mundo subterráneo, cuya temperatura era uniforme, para su atmósfera e impregnado su ámbito de una apacible quietud; en vez de la salud, habían encontrado una muerte extraña y horrible. Yo había visto las tristes ruinas de sus viviendas defectuosamente construidas, al pasar junto a ellas con el grupo; y me había preguntado qué clase de influencia ejercía sobre alguien tan sano y vigoroso como yo una estancia prolongada en esta caverna inmensa y silenciosa. Y ahora, me dije con lóbrego humor, había llegado mi oportunidad de comprobarlo; si es que la necesidad de alimentos no apresuraba con demasiada rapidez mi salida de este mundo.
Resolví no dejar piedra sin remover, ni desdeñar ningún medio posible de escape, en tanto que se desvanecían en la oscuridad los últimos rayos espasmódicos de mi antorcha; de modo que -apelando a toda la fuerza de mis pulmones- proferí una serie de gritos fuertes, con la esperanza de que mi clamor atrajese la atención del guía. Sin embargo, pensé mientras gritaba que mis llamadas no tenían objeto y que mi voz -aunque magnificada y reflejada por los innumerables muros del negro laberinto que me rodeaba- no alcanzaría más oídos que los míos propios.
Al mismo tiempo, sin embargo, mi atención quedó fijada con un sobresalto al imaginar que escuchaba el suave ruido de pasos aproximándose sobre el rocoso pavimento de la caverna.
¿Estaba a punto de recuperar tan pronto la libertad? ¿Habrían sido entonces vanas todas mis horribles aprensiones? ¿Se habría dado cuenta el guía de mi ausencia no autorizada del grupo y seguiría mi rastro por el laberinto de piedra caliza? Alentado por estas preguntas jubilosas que afloraban en mi imaginación, me hallaba dispuesto a renovar mis gritos con objeto de ser descubierto lo antes posible, cuando, en un instante, mi deleite se convirtió en horror a medida que escuchaba: mi oído, que siempre había sido agudo, y que estaba ahora mucho más agudizado por el completo silencio de la caverna, trajo a mi confusa mente la noción temible e inesperada de que tales pasos no eran los que correspondían a ningún ser humano mortal. Los pasos del guía, que llevaba botas, hubieran sonado en la quietud ultraterrena de aquella región subterránea como una serie de golpes agudos e incisivos. Estos impactos, sin embargo, eran blandos y cautelosos, como producidos por las garras de un felino. Además, al escuchar con atención me pareció distinguir las pisadas de cuatro patas, en lugar de dos pies.
Quedé entonces convencido de que mis gritos habían despertado y atraído a alguna bestia feroz, quizás a un puma que se hubiera extraviado accidentalmente en el interior de la caverna. Consideré que era posible que el Todopoderoso hubiese elegido para mí una muerte más rápida y piadosa que la que me sobrevendría por hambre; sin embargo, el instinto de conservación, que nunca duerme del todo, se agitó en mi seno; y aunque el escapar del peligro que se aproximaba no serviría sino para preservarme para un fin más duro y prolongado, determiné a pesar de todo vender mi vida lo más cara posible. Por muy extraño que pueda parecer, no podía mi mente atribuir al visitante intenciones que no fueran hostiles. Por consiguiente, me quedé muy quieto, con la esperanza de que la bestia -al no escuchar ningún sonido que le sirviera de guía- perdiese el rumbo, como me había sucedido a mí, y pasase de largo a mi lado. Pero no estaba destinada esta esperanza a realizarse: los extraños pasos avanzaban sin titubear, era evidente que el animal sentía mi olor, que sin duda podía seguirse desde una gran distancia en una atmósfera como la caverna, libre por completo de otros efluvios que pudieran distraerlo.
Me di cuenta, por tanto, de que debía estar armado para defenderme de un misterioso e invisible ataque en la oscuridad y tanteé a mi alrededor en busca de los mayores entre los fragmentos de roca que estaban esparcidos por todas partes en el suelo de la caverna, y tomando uno en cada mano para su uso inmediato, esperé con resignación el resultado inevitable. Mientras tanto, las horrendas pisadas de las zarpas se aproximaban. En verdad, era extraña en exceso la conducta de aquella criatura. La mayor parte del tiempo, las pisadas parecían ser las de un cuadrúpedo que caminase con una singular falta de concordancia entre las patas anteriores y posteriores, pero -a intervalos breves y frecuentes- me parecía que tan solo dos patas realizaban el proceso de locomoción. Me preguntaba cuál sería la especie de animal que iba a enfrentarse conmigo; debía tratarse, pensé, de alguna bestia desafortunada que había pagado la curiosidad que la llevó a investigar una de las entradas de la temible gruta con un confinamiento de por vida en sus recintos interminables. Sin duda le servirían de alimento los peces ciegos, murciélagos y ratas de la caverna, así como alguno de los peces que son arrastrados a su interior cada crecida del Río Verde, que comunica de cierta manera oculta con las aguas subterráneas. Ocupé mi terrible vigilia con grotescas conjeturas sobre las alteraciones que podría haber producido la vida en la caverna sobre la estructura física del animal; recordaba la terrible apariencia que atribuía la tradición local a los tuberculosos que allí murieron tras una larga residencia en las profundidades. Entonces recordé con sobresalto que, aunque llegase a abatir a mi antagonista, nunca contemplaría su forma, ya que mi antorcha se había extinguido hacía tiempo y yo estaba por completo desprovisto de fósforos. La tensión de mi mente se hizo entonces tremenda. Mi fantasía dislocada hizo surgir formas terribles y terroríficas de la siniestra oscuridad que me rodeaba y que parecía verdaderamente apretarse en torno de mi cuerpo. Parecía yo a punto de dejar escapar un agudo grito, pero, aunque hubiese sido lo bastante irresponsable para hacer tal cosa, a duras penas habría respondido mi voz. Estaba petrificado, enraizado al lugar en donde me encontraba. Dudaba que pudiera mi mano derecha lanzar el proyectil a la cosa que se acercaba, cuando llegase el momento crucial. Ahora el decidido “pat, pat” de las pisadas estaba casi al alcance de la mano; luego, muy cerca. Podía escuchar la trabajosa respiración del animal y, aunque estaba paralizado por el terror, comprendí que debía de haber recorrido una distancia considerable y que estaba correspondientemente fatigado. De pronto se rompió el hechizo; mi mano, guiada por mi sentido del oído -siempre digno de confianza- lanzó con todas sus fuerzas la piedra afilada hacia el punto en la oscuridad de donde procedía la fuerte respiración, y puedo informar con alegría que casi alcanzó su objetivo: escuché cómo la cosa saltaba y volvía a caer a cierta distancia; allí pareció detenerse.
Después de reajustar la puntería, descargué el segundo proyectil, con mayor efectividad esta vez; escuché caer la criatura, vencida por completo, y permaneció yaciente e inmóvil. Casi agobiado por el alivio que me invadió, me apoyé en la pared. La respiración de la bestia se seguía oyendo, en forma de jadeantes y pesadas inhalaciones y exhalaciones; deduje de ello que no había hecho más que herirla. Y entonces perdí todo deseo de examinarla. Al fin, un miedo supersticioso, irracional, se había manifestado en mi cerebro, y no me acerqué al cuerpo ni continué arrojándole piedras para completar la extinción de su vida. En lugar de esto, corrí a toda velocidad en lo que era -tan aproximadamente como pude juzgarlo en mi condición de frenesí- la dirección por la que había llegado hasta allí. De pronto escuché un sonido, o más bien una sucesión regular de sonidos. Al momento siguiente se habían convertido en una serie de agudos chasquidos metálicos. Esta vez no había duda: era el guía. Entonces grité, aullé, reí incluso de alegría al contemplar en el techo abovedado el débil fulgor que sabía era la luz reflejada de una antorcha que se acercaba. Corrí al encuentro del resplandor y, antes de que pudiese comprender por completo lo que había ocurrido, estaba postrado a los pies del guía y besaba sus botas mientras balbuceaba -a despecho de la orgullosa reserva que es habitual en mí- explicaciones sin sentido, como un idiota. Contaba con frenesí mi terrible historia; y, al mismo tiempo, abrumaba a quien me escuchaba con protestas de gratitud. Volví por último a algo parecido a mi estado normal de conciencia. El guía había advertido mi ausencia al regresar el grupo a la entrada de la caverna y -guiado por su propio sentido intuitivo de la orientación- se había dedicado a explorar a conciencia los pasadizos laterales que se extendían más allá del lugar en el que había hablado conmigo por última vez; y localizó mi posición tras una búsqueda de más de tres horas.
Después de que hubo relatado esto, yo, envalentonado por su antorcha y por su compañía, empecé a reflexionar sobre la extraña bestia a la que había herido a poca distancia de allí, en la oscuridad, y sugerí que averiguásemos, con la ayuda de la antorcha, qué clase de criatura había sido mi víctima. Por consiguiente volví sobre mis pasos, hasta el escenario de la terrible experiencia. Pronto descubrimos en el suelo un objeto blanco, más blanco incluso que la reluciente piedra caliza. Nos acercamos con cautela y dejamos escapar una simultánea exclamación de asombro. Porque éste era el más extraño de todos los monstruos extranaturales que cada uno de nosotros dos hubiera contemplado en la vida. Resultó tratarse de un mono antropoide de grandes proporciones, escapado quizás de algún zoológico ambulante: su pelaje era blanco como la nieve, cosa que sin duda se debía a la calcinadora acción de una larga permanencia en el interior de los negros confines de las cavernas; y era también sorprendentemente escaso, y estaba ausente en casi todo el cuerpo, salvo de la cabeza; era allí abundante y tan largo que caía en profusión sobre los hombros. Tenía la cara vuelta del lado opuesto a donde estábamos, y la criatura yacía casi directamente sobre ella. La inclinación de los miembros era singular, aunque explicaba la alternancia en su uso que yo había advertido antes, por lo que la bestia avanzaba a veces a cuatro patas, y otras en sólo dos. De las puntas de sus dedos se extendían uñas largas, como de rata. Los pies no eran prensiles, hecho que atribuí a la larga residencia en la caverna que, como ya he dicho antes, parecía también la causa evidente de su blancura total y casi ultraterrena, tan característica de toda su anatomía. Parecía carecer de cola.
La respiración se había debilitado mucho, y el guía sacó su pistola con la clara intención de despachar a la criatura, cuando de súbito un sonido que ésta emitió hizo que el arma se le cayera de las manos sin ser usada. Resulta difícil describir la naturaleza de tal sonido. No tenía el tono normal de cualquier especie conocida de simios, y me pregunté si su cualidad extranatural no sería resultado de un silencio completo y continuado por largo tiempo, roto por la sensación de llegada de luz, que la bestia no debía de haber visto desde que entró por vez primera en la caverna. El sonido, que intentaré describir como una especie de parloteo en tono profundo, continuó débilmente.
Al mismo tiempo, un fugaz espasmo de energía pareció conmover el cuerpo del animal. Las garras hicieron un movimiento convulsivo, y los miembros se contrajeron. Con una convulsión del cuerpo rodó sobre sí mismo, de modo que la cara quedó vuelta hacia nosotros. Quedé por un momento tan petrificado de espanto por los ojos de esta manera revelados que no me apercibí de nada más. Eran negros aquellos ojos; de una negrura profunda en horrible contraste con la piel y el cabello de nívea blancura. Como los de las otras especies cavernícolas, estaban profundamente hundidos en sus órbitas y por completo desprovistos de iris. Cuando miré con mayor atención, vi que estaban enclavados en un rostro menos prognático que el de los monos corrientes, e infinitamente menos velludo. La nariz era prominente. Mientras contemplábamos la enigmática visión que se representaba a nuestros ojos, los gruesos labios se abrieron y varios sonidos emanaron de ellos, tras lo cual la cosa se sumió en el descanso de la muerte.
El guía se aferró a la manga de mi chaqueta y tembló con tal violencia que la luz se estremeció convulsivamente, proyectando en la pared fantasmagóricas sombras en movimiento.
Yo no me moví; me había quedado rígido, con los ojos llenos de horror, fijos en el suelo delante de mí.
El miedo me abandonó, y en su lugar se sucedieron los sentimientos de asombro, compasión y respeto; los sonidos que murmuró la criatura abatida que yacía entre las rocas calizas nos revelaron la tremenda verdad: la criatura que yo había matado, la extraña bestia de la cueva maldita, era -o había sido alguna vez- ¡¡¡un hombre!!!
FIN

miércoles, 26 de octubre de 2016

Irma Grese, 'El ángel de Auschwitz"



 'El ángel de Auschwitz"


Irma Grese, encantadora muchacha rubia, bella y con unos cautivadores ojos claros fue una de las figuras más oscuras del Holocausto, junto a Ilse Koch, la zorra de Buchenwald. A Irma Grese le pusieron muchos apodos. Entre los más conocidos están la perra de Belsenla cancerberael ángel de la muerte y el ángel de Auschwitz. Una reputación, sin duda, ganada a pulso.
A los 20 años se pasaba ya mucho tiempo en frente del espejo, acicalándose el pelo, que lucía en todo momento impecable. Siempre que tenía ocasión se pavoneaba con caros vestidos nuevos, importados desde las firmas más importantes de Praga o París.
 Le encantaba lucir botas de equitación, siempre en perfecto estado, para proyectar un aire de poder. La vida del ángel de Auschwitz terminó en el cadalso: fue ahorcada el 13 de diciembre de 1945, a la joven edad de 22 años. Muy pocas lágrimas se derramaron ese día.
La meteórica carrerera de la joven Irma Greese fue espectacular: llegó a convertirse en la 2.ª mujer de mayor cargo en el campo de Auschwitz-Birkenau, después de María Mandel, la bestia de Auschwitz.
La temible Irma Grese no tuvo tampoco reparos en desplegar su sadismo en los infames campos de Bergen y de Ravensbrück. Se la llego a describir como la peor mujer de todos los campos del horror. Se decía que no existía crueldad alguna acontecida en ellos que no guardase vinculación con ella.
Tenía la costumbre de participar en las selecciones de prisioneros para ser gaseados, previa tortura de los desdichados. A Irma le encantaba también arrojar a los perros azuzados contra prisioneros indefensos. Muchas más atrocidades pueden encontrarse en las actas de los célebres juicios de Belsen.
Con total probabilidad a esta alma perversa (ajena por completo a los padecimientos del prójimo, con tendencias marcadamente sádicas) le encantaría conocer que ha sido fuente de inspiración para determinadas corrientes bondage.
La imagen que ha permanecido en el imaginario colectivo es la de una chica joven de gran belleza que se hacía ver por los campos de concentración con su temible uniforme y su tocado perfecto, con sus botas en perfecto estado, aderezadas por una terrible fusta y por su pistola.
A modo de anécdota, cabe destacar que fueron pocas las guardianas nazis que tenían autorización para portar armas de fuego.
Junto a Irma iban siempre canes enfurecidos a los que tenía famélicos para que resultará muy sencillo azuzarlos y lanzarlos contra las desdichadas reclusas. El ángel de Auschwitz se decantaba por las reclusas más bellas, que lucían todavía una silueta atractiva.
Entre los testimonios que se pudieron escuchar tras elfin de la Segunda Guerra Mundial destacó el de una ginecóloga judía presa que declaró que a Irma Grese le encantaba golpear con su lático los pechos de las chicas más dotadas y jóvenes, con el fin de que se infectasen las heridas resultantes.
Posteriormente, esta ginecóloga judía era forzada a amputar todo el seno (¡sin anestesia alguna!). Afirmó también que Irma Grese obtenía de esta manera un placer sexual perverso. Otros relatos afirman que disfrutaba de aventuras bisexuales y que, una vez consumados sus contactos forzados con reclusas, las mandaba directamente a los hornos crematorios.
rma Grese en el banquillo de los acusados durante los juicios de Belsen.
¿Pero cuáles fueron los orígenes de tan siniestra figura del nazismo más abyecto? Su relato biográfico es el de una pequeña con problemas en el hogar, hija de un lechero opositor a los nacionalsocialistas, con indiferencia hacia los estudios (abandonaría la escuela ya a los 15 años de edad).
Cautivada por la Bund Deutscher Mädel (Liga de muchachas alemanas), muestra muy pronto una adhesión incondicional a la causa nazi. Su padre, de tendencias antinazis, al verla regresar al hogar, la expulsa y ella no duda en denunciarle. Con apenas 18 años de edad, una rebelde Irma Grese se presenta voluntaria para trabajar en el terrible campo de Ravensbrück, toda una academia de formación para el personal femenino de las SS (de dicha formación salieron verdaderas piezas como María Mandel o Ilse Koch, la zorra de Buchenwald).
En ausencia de otras aptitudes, Irma Grese se entrega por completo y va subiendo escalones en su carrera criminal. Contando solamente con 20 años logra convertirse en supervisora de la fábrica de la muerte de Auschwitz-Birkenau. Y nadie cree que lo hiciera por dinero: la retribución era de tan solo 54 marcos mensuales, cifra que no era para nada exagerada en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial.
Cuando a mediados de abril de 1945 las tropas británicas liberan el infame campo de Bergen-Belsen, se toparon sorprendidos con el personal nazi del campo esperándolos, luciendo unos uniformes impolutos. Entre dicho personal se encontraba la joven Irma, imponente con sus botas de equitación, su tocado perfecto y sus aires de grandeza.
En el transcurso de su proceso judicial, mostró una actitud desafiante y de indiferencia: parecía aburrirse mientras iban retumbando con fuerza los angustiosos relatos de sus víctimas. Su inherente frialdad quedó bien patente de nuevo cuando se tuvo que enfrentar a la horca. Las últimas palabras que se registraron del Ángel de Auschwitz, dirigidas a su verdugo, fueron “¡Rápido!” (“Schnell!” en alemán). Terminaba así la vida de uno de los rostros angelicales más temidos de laSegunda Guerra Mundial.

martes, 25 de octubre de 2016

MENGELE, EL SADICO DOCTOR NAZI


Desde hacer crueles pruebas con gemelos hasta usar a una familia con enanismo para su diversión personal, el «Ángel de la muerte» no conocía la compasión



El nombre de Josef Mengele siempre ha sido sinónimo de sadismo y crueldad. Conocido también por el apode de «Ángel de la Muerte», este médico nazi realizó durante años despiadados experimentos en humanos con la firme intención no sólo de erradicar a los que consideraba «inferiores», sino también de buscar la perpetuación y proliferación de la raza aria.
De esta forma, Mengele acabó fríamente con la vida de cientos de miles de personas en el campo de concentración de Auschwitz, donde también llevó a cabo multitud de pruebas en gemelos recién nacidos, sus preferidos para investigar. Durante años, este mal llamado doctor fue el terror de los judíos enviados a este centro de exterminio.

Niñez: el «bueno» de Josef

«Josef Mengele nació en 1911 en Günzburg, Baviera, en el seno de una acomodada familia católica», explica el escritor y periodista Óscar Herradón en su libro «La orden negra: El ejército pagano del III Reich» editado por «Edaf». El joven Josef era conocido en su pequeño pueblo por su alegría, su inteligencia, y unas ansias terribles de superación. A su vez, destacaba por la gran pasión que sentía hacia la música y el arte –de hecho, llegó incluso a escribir una obra de teatro que fue representada en su juventud-.
En contraposición con los actos que cometería sólo unos pocos años después, tal era su espíritu solidario que llegó a inscribirse en la «Cruz Roja» y en varios grupos juveniles similares. No obstante, pronto desarrollaría un gran interés por la antropología, algo que marcaría su vida para siempre.
«De niño, también hubo ocasiones en las que se escapó por los pelos de enfermedades y accidentes. A los 6 años (…) se cayó en un profundo barril de agua de lluvia y estuvo a punto de ahogarse. También padeció un terrible ataque de envenenamiento en sangre. En 1926 el médico de la familia le diagnosticó osteomielitis, una inflamación de la médula ósea (…) que (te) puede dejar tullido en casos graves, pero a él no le produjo ninguna discapacidad significativa», explican por su parteGerald L. Posner y John Ware en su libro «Mengele. El médico de los experimentos de Hitler».

Primeros pensamientos asesinos

A los 20 años su interés por la medicina se hizo patente, aunque en una rama que no tenía tanto que ver con curar enfermedades. Concretamente, pronto se centraría en el estudio de los orígenes culturales y el desarrollo del ser humano, además de en la paleontología y la antropología.
«Es difícil concretar con precisión qué corrompió la mente de (…) Mengele. Probablemente fue la combinación entre el ambiente político y su interés real en la genética y la evolución la que coincidió con el concepto (…) de que algunos seres humanos con trastornos no eran aptos para reproducirse, ni siquiera para vivir», determinan los autores anglófonos.
A esas ideas Mengele sumó las del doctor Ernest Rudin, personaje al que admiraba, y cuya mentalidad era la de que los médicos debían apiadarse de aquellos cuya vida no tuviera valor matándolos. De hecho, este médico fue el que sentó las bases de la ley de esterilización obligatoria promovida por el nazismo. Según la misma, todos aquellos que tuvieran, entre otras dolencias, esquizofrenia, imbecilidad o deformidades físicas, debían ser asesinados para preservar la raza aria.

Seguidor oficial de Hitler

En todo caso, el «Ángel de la muerte» pronto se encontró tratando de conseguir el doctorado en antropología y el título de médico, estudios que compaginaba con actividades ligadas al partido nazi de Hitler. «En mayo de 1937 presentó la solicitud y a su debido tiempo se convirtió en el miembro número 5.574.974», determinan Posner y Ware.
Una vez dentro del nazismo, las influencias y los conocimientos de Mengele sobre la evolución humana -afirmaba que podía saber la raza de una persona analizando las facciones de su cara- le granjearon un rápido ascenso. De esta forma, y con tan sólo 27 años, fue aceptado en las SS después de confirmarse que sus antepasados eran arios.
Poco después, en 1942, fue enviado al frente, donde ejerció, entre otras cosas, de médico de campaña. En batalla, llegó incluso a conseguir varias medallas por la valentía mostrada en acto de servicio. De esta forma, Josef Mengele se convertiría en toda una leyenda viva para los miembros de las SS.

Auschwitz, campo de pruebas de Mengele

No obstante, este sádico doctor tuvo que esperar todavía un tiempo hasta que, ya con rango de capitán, se le concedió un puesto como médico en el campo de concentración de Auschwitz. Ser enviado a este lugar era un sueño hecho realidad para Mengele, pues significaba que podía llevar a cabo todos los crueles experimentos que deseara.
«El verdadero laboratorio de pruebas humanas de Mengele sería el campo de concentración de Auschwitz, a donde llegaría en calidad de médico oficial el 24 de mayo de 1943», determina por su parteÓscar Herradón.
Por aquel entonces, este campamento albergaba más de 140.000 prisioneros y podía acabar con casi 9.000 vidas humanas al día haciendo uso de sus cámaras de gas. De hecho, se calcula que en este centro de muerte murieron aproximadamente 2.000.000 de personas (el equivalente a la población total de Letonia).

Una sádica forma de eliminar el tifus

Nada más llegar al campo, el «Ángel de la muerte» consiguió hacerse famoso entre reclusos y soldados alemanes al solucionar de forma radical un problema que llevaba meses asolando Auschwitz: el tifus. «Unos días después de su llegada, cuando Auschwitz estaba en medio de la agonía de una de las muchas epidemias de tifus, Mengele se creó fama de ser eficaz de forma radical y despiadada», determinan Posner y Ware.
Este sádico doctor decidió que, para detener la epidemia, debía enviar a las cámaras de gas a 1.600 gitanos y judíos (tanto hombres como mujeres y niños) que tuvieran cualquier síntoma de tifus. Algo que, según narran algunos supervivientes, hizo con total frialdad.
Sin embargo, esta no fue la única medida que llevó a cabo el «Ángel de la muerte». «Según la doctora Ella Lingens, una médico austríaca enviada a Auschwitz, envió a la cámara de gas a todo un barracón de judías, 600 mujeres, y lo hizo limpiar. Luego lo hizo desinfectar de arriba abajo. Después, puso bañeras entre este barracón y el siguiente, sacó a las mujeres del siguiente para que las desinfectaran y las envió al barracón limpio. Allí les dieron un camisón limpio y nuevo. El barracón siguiente se limpió de la misma manera. Fin del tifus. Lo triste es que no pudieran meter en ningún lado a las 600 primeras», explican Posner y Ware en el texto.

Pruebas con gemelos

Pero lo que verdaderamente llamaba la atención Eugen Fischer: «Para el citado Fischer, la experimentación con gemelos era el instrumento de investigación más importante en relación a la llamada “higiene racial”», determina Herradón.
de Mengele era la experimentación con gemelos. Concretamente, el interés por este tipo de sujetos se lo había suscitado uno de sus mentores: 
«Los médicos nazis pretendían “clonar” una nueva razamuchas décadas antes de que se descubriera la secuencia completa del ADN humano. Creían que en los gemelos estaba la clave para la reproducción selectiva de la raza aria», señala el periodista español en su libro. Es decir, buscaban que las madres alemanas pudieran dar a luz a multitud de hijos arios que reemplazaran a las razas inferiores.
Al cruel doctor le encantaba realizar pruebas de radiación y resistencia del dolor en humanos. Para todos estos fines resultaban muy útiles los gemelos, pues multiplicaban las posibilidades de estudio, ya que, si uno fallecía durante los experimentos, se podía continuar la investigación con su hermano.
«En una ocasión trató los ojos de cuatro parejas de gemelos de origen gitano que había asesinado y los envió al Instituto Kaiser Wilhelm, donde servirían a un tal doctor Magnussen para un ensayo que estaba escribiendo sobre el tema», explica Herradón sobre el «Ángel de la muerte».
«En otra ocasión infectó a gemelos judíos y húngaros con bacterias de fiebre tifoidea y les extrajo sangre en varias etapas siguiendo el curso de la enfermedad hasta su muerte. Pretendía comprobar en ellos las similitudes anatómicas y sus reacciones a determinados experimentos. Tras ello, los diseccionaba», añade el experto.
Sin embargo, sus experimentos todavía podían llegar a ser más inhumanos, sobre todo los que realizaba en bebés (sus sujetos favoritos de estudio). «El culmen de su depravación llegó en el momento en quepretendió “crear” siameses: escogió a dos niños gemelos de cuatro años -uno de ellos jorobado-, que respondían al nombre de Guido y Nino. Cuando fueron devueltos a los barracones dos días después, estaban cosidos por la espalda hasta las muñecas, unidos incluso por las venas. La gangrena se había apoderado de sus cuerpos y el olor (…) era insoportable», señala el experto.

Mengele y los Ovitz

A su vez, y aunque este maléfico médico estaba obsesionado con la experimentación en gemelos, también llevó a cabo multitud de pruebas en personas con malformaciones genéticas. De ellas, pretendía averiguar si los problemas genéticos eran hereditarios o tenían alguna relación con la raza.
«Tristemente célebres entre las “cobayas” de Mengele fueron siete enanos de la familia Ovitz, judíos rumanos que trabajaban para una compañía circense llamada “Liliput Troupe” y que viajaban por los países del Este de Europa interpretando jazz y realizando espectáculos», determina el periodista español. Al parecer, el «Ángel de la muerte» sintió tanta curiosidad por ellos que les realizó todo tipo de pruebas entre las que se destacaron la extracción de médula ósea o la inserción de agua hirviendo a través de los oídos.
A pesar de todo, esta familia con enanismo logró salvarse y mantenerse viva entreteniendo a este loco doctor nazi. Para ello, cantaban en las ocasiones especiales canciones en alemán y actuaban para los oficiales del campo. Finalmente, y por suerte, lograron volver a su natal Transilvania una vez liberado el campo de Auschwitz.

Una curiosa huída y una misteriosa muerte

La suerte de Mengele, sin embargo, cambió en 1945, cuando los oficiales nazis del campo de concentración recibieron el aviso de que debían abandonar Auschwitz y destruir todas las pruebas incriminatorias de sus múltiples crímenes. Y es que los rusos se acercaban peligrosamente liberando a su paso todos los centros de exterminio que encontraban.
El 17 de enero el «Ángel de la muerte», el mismo que sólo 3 años antes habías hecho todo lo que estaba en su mano para ser destinado en Auschwitz, abandonó el campo de concentración para salvar su vida. Con unos escasos 10 días de ventaja sobre el ejército rojo, se trasladó a otro centro de exterminio a 300 kilómetros, sin embargo, tuvo que volver a huir al saber que los enemigos volvían a caer sobre él.
A partir de este momento la historia se torna algo confusa. Según la versión más extendida, Mengele huyó disfrazado de soldado de la Wehrmacht (fuerzas armadas alemanas) tras abandonar su uniforme de las SS. Sin embargo, fue capturado por los aliados que, al no conocer su identidad, le dejaron en libertad.
En este caso el destino le sonrió, pues pocos meses después, en abril de 1945, fue identificado como uno de los principales criminales de guerra nazis y se encontraba en las listas de la Comisión de Crímenes de Guerra de Naciones Unidas. A partir de ese momento, los aliados nunca detuvieron su búsqueda.
Tras su improvisada liberación habría partido hasta Argentina y Paraguay, siempre bajo la presión de estar perseguido por decenas de servicios secretos de todo el mundo. A partir de entonces, se cree que vivió bajo la protección de familias alemanas en Latinoamérica, para lo cual utilizaba un nombre y apellido falsos.
Su muerte, al igual que su huída, no pudo ser más misteriosa. Al parecer, se produjo a principios de 1979 cuando vivía junto a la familiaBossert, como bien explican Posner y Ware. Según los autores, el 7 de febrero a las 3 de la tarde Mengele salió a dar un paseo junto a la playa con varios de sus encubridores.
«Alrededor de las 4.30 de la tarde, para refrescarse del sol abrasador, Mengele decidió probar las suaves olas de Atlántico. Diez minutos después, se encontraba luchando por su vida. El joven Andreas Bossert fue el primero que lo vio (…) Alertado por su hijo, Wolfram Bossert levantó la vista y vio un movimiento violento del mar. Le preguntó a Mengele si se encontraba bien. La única respuesta fue una mueca de dolor. Bossert se metió en el mar y nadó a la mayor velocidad que pudo para rescatar a su amigo. Cuando llegó (…) la parálisis le había agarrotado el cuerpo», explican los autores anglófonos en su libro.Mengele, tras realizar miles de torturas y protagonizar una huída de película, había fallecido.

Cinco preguntas a Óscar Herradón

lunes, 17 de octubre de 2016

Sonidos del Infierno


El misterio de los alaridos del infierno


Hace unos años, en la antigua Unión Soviética, la población sufrió una oleada de terror que afectó de repente cuando se descubrió una señal que según algunos, era del mismo infierno. Nos situamos en Siberia, en las lejanas regiones solitarias del antigua Rusia... en las entrañas de la Tierra.

Este hecho se descubrió por casualidad. En uno de los pozos que se hicieron para extraer petróleo, un intento fallido de prospección; un grupo de geofísicos decidieron que ya que no se había encontrado petroleo  utilizarían esa enorme perforación para introducir unos micrófonos de alta calidad para poder escuchar el ruido de las placas terrestres, un micrófono especial para escuchar el movimiento de las placas tectónicas. Pero lo que escucharon, fue algo totalmente inesperado.

La perforación era de 14 km de profundidad, y la temperatura a esa profundidad superaba los 1000 grados centígrados o casi 2000 Fahrenheit. Una temperatura que mucho más elevada de los normal. A estas profundidades no suelen superar los 500º C, y por supuesto, a esas temperaturas, no podría haber ningún ser vivo. ¿Se trataría de una brecha que llevaría al centro de la Tierra? ¿Sería por eso que está más caliente? ¿Sería un atajo al mismísimo infierno?

Antes de nada, leer lo que dijo el Dr Azzacov, el director del grupo de geólogos : "Aunque al principio creímos que se trataba de un fallo de nuestro equipo, tras unos ajustes comprendimos que el sonido provenía del interior de la tierra y verdaderamente no podíamos creer lo que oíamos. Se trataba de voces humanas, gritando de dolor. A veces el sonido de una era bien discernible, aunque se podían escuchar mientras, miles en segundo plano, chillando con gran sufrimiento. Tras este desagradable descubrimiento, alrededor de la mitad de nuestro equipo se dio de baja. Afortunadamente, sea lo que sea lo que esté ahí abajo, ahí se va ha quedar..."


Estas declaraciones fueron silenciadas por las autoridades, y se descubrieron hace menos de 10 años.

Seguramente algunos pensaran que son tonterías. Que la geología no es homogénea y hay partes más calientes que otras. Pero, si se atreven, suban un poco el volumen y escuchen las voces del siguiente vídeo:


miércoles, 12 de octubre de 2016

El Asesino


El Asesino (cuento corto)
 Stephen King



Repentinamente se despertó sobresaltado, y se dio cuenta de que no sabía quién era, ni que estaba haciendo aquí, en una fábrica de municiones. No podía recordar su nombre ni qué había estado haciendo. No podía recordar nada.
La fábrica era enorme, con líneas de ensamblaje, y cintas transportadoras, y con el sonido de las partes que estaban siendo ensambladas.
Tomó uno de los revólveres acabados de una caja donde estaban siendo, automáticamente, empaquetados. Evidentemente había estado operando en la máquina, pero ahora estaba parada.
Recogía el revólver como algo muy natural. Caminó lentamente hacia el otro lado de la fábrica, a lo largo de las rampas de vigilancia. Allí había otro hombre empaquetando balas.
–¿Quién Soy? –le dijo pausadamente, indeciso.
El hombre continuó trabajando. No levantó la vista, daba la sensación de que no le había escuchado.
–¿Quién soy? ¿Quién soy? – gritó, y aunque toda la fábrica retumbó con el eco de sus salvajes gritos, nada cambió. Los hombres continuaron trabajando, sin levantar la vista.
Agitó el revólver junto a la cabeza del hombre que empaquetaba balas. Le golpeó, y el empaquetador cayó, y con su cara, golpeó la caja de balas que cayeron sobre el suelo.
Él recogió una. Era el calibre correcto. Cargó varias más.
Escucho el click-click de pisadas sobre él, se volvió y vio a otro hombre caminando sobre una rampa de vigilancia. “¿Quién soy?” , le gritó. Realmente no esperaba obtener respuesta.
Pero el hombre miró hacia abajo, y comenzó a correr.
Apuntó el revólver hacia arriba y disparó dos veces. El hombre se detuvo, y cayó de rodillas, pero antes de caer pulsó un botón rojo en la pared.
Una sirena comenzó a aullar, ruidosa y claramente.
“¡Asesino! ¡asesino! ¡asesino!” – bramaron los altavoces.
Los trabajadores no levantaron la vista. Continuaron trabajando.
Corrió, intentando alejarse de la sirena, del altavoz. Vio una puerta, y corrió hacia ella.
La abrió, y cuatro hombres uniformados aparecieron. Le dispararon con extrañas armas de energía. Los rayos pasaron a su lado.
Disparó tres veces más, y uno de los hombres uniformados cayó, su arma resonó al caer al suelo.
Corrió en otra dirección, pero más uniformados llegaban desde la otra puerta. Miró furiosamente alrededor. ¡Estaban llegando de todos lados! ¡Tenía que escapar!
Trepó, más y más alto, hacia la parte superior. Pero había más de ellos allí. Le tenían atrapado. Disparó hasta vaciar el cargador del revólver.
Se acercaron hacia él, algunos desde arriba, otros desde abajo. “¡Por favor! ¡No disparen! ¡No se dan cuenta que solo quiero saber quién soy!”
Dispararon, y los rayos de energía le abatieron. Todo se volvió oscuro…
Les observaron cómo cerraban la puerta tras él, y entonces el camión se alejó. “Uno de ellos se convierte en asesino de vez en cuando”, dijo el guarda.
“No lo entiendo”, dijo el segundo, rascándose la cabeza. “Mira ese. ¿Qué era lo que decía? Solo quiero saber quién soy. Eso era”.
Parecía casi humano. Estoy comenzando a pensar que están haciendo esos robots demasiado bien.”
Observaron al camión de reparación de robots desaparecer por la curva.